A ella le gusta la gasolina.

Seguro que ya te ha pasado o te está pasando.

O bien alguien mientras dormías ha subido el volumen de la fuerza de la gravedad o bien anoche te fuiste a acostar con un pijama de velcro. Porque lo cierto es que no hay manera posible de que consigas despegarte de la cama por tus propios medios. Es como si las llaves no hicieran contacto ¿verdad? como si tu motor no terminara de arrancar, la misma puta sensación de impotencia.

Lo que ha pasado, amigo, es que te has quedado sin gasolina.

Se te ha acabado el combustible y te has quedado tirado en medio de la carretera a saber a cuántos kilómetros de distancia de la próxima vía de servicio “¿y ahora qué hago?” Pues muy fácil. Ahora es cuando rebobinas, haces memoria y regresas a aquella mañana del seis de enero.

¿Cómo? Sí, la mañana del seis de enero: la de Reyes.

¿Te acuerdas? Apenas habías podido conciliar unas pocas horas de sueño cuando mucho antes de que sonara el despertador ya habías saltado de la cama como una rana enfarlopada. Como si en lugar de colchón tuvieras debajo una sartén a ciento cuarenta grados. Habías salido disparado de las sábanas como si el compuesto de tu sangre fuera Mentos con Coca-Cola. Y si te hubieran grabado correr por el pasillo habrías podido comprobar cómo tus piernas se movían tan rápido que formaban espirales a modo de ruedines.

De nuevo Record Guinnes en diez metros lisos desde tu cuarto al salón. Y todo ello por un jodido Action Man castrado y un Scalextric defectuoso que supuestamente te habían traído a casa tres extraños con barba a lomos de camellos ebrios ¿Increíble verdad?

Increíble pero cierto. Tan cierto como tu sonrisa y el brillo que filtraban tus ojos al abrir aquellos regalos.

Pero ¿dónde estarán ahora?…

Te lo creíste. Te lo creíste todo. Igual que años más tarde te ibas a creer que las cosas eran fáciles. Que eran bastante más fáciles de lo que en realidad son y serán. Y que te iban a dar duros por pesetas. Joder te podían haber avisado antes ¿no?

No te culpes: se hacía necesario creer. Pero ahora parece que ya no sabes creer, que se te ha olvidado. O por lo menos te cuesta demasiado. Te has quedado sin gasolina y tu depósito de ilusión está vacío. Y lo peor de todo es que sabes que a ella le gusta la gasolina, que le encanta, que a ella lo que le fascina de verdad es ver cómo te sale diésel por las orejas, cómo rebosas de energía.

No te culpes: las mujeres son así.

Ellas lo que quieren observar es cómo meas Red Bull. Cómo te conviertes en una máquina que destila acción, pasión y potencia. Cómo te sobran las ganas. Los objetivos. Las metas. Ellas lo que quieren ver es a un hombre con alma de toro embistiendo sin frenos su lencería roja. Una y otra vez. Sin descanso. Sin límite. Carburando a grandes revoluciones.

Hay que hacer cosas amigo. Hay que moverse. En realidad lo de menos es hacerlas bien o mal, la clave es hacerlas, aunque muchas no sirvan para nada, aunque muchas ni siquiera te gusten. Pero hacerlas. No dejar de moverse ni cuando uno necesita descansar, ni cuando uno está durmiendo, ni cuando uno ha puesto el piloto automático. Como los tiburones.

Créetelo. Este sin duda es el primer paso. Y ya el último quizá sea la gloria. Pero sobre todo, bajo todo y ante todo, no se te ocurra hacer nada de esto por ella. Hazlo por ti. Solo por ti.

Ella será tu premio.

«A ella le gusta la gasolina dale más gasolina». No si al final va a resultar que el reguetón es jodida filosofía.

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